El caso de la viruela es el ejemplo
clásico del éxito que pueden tener las campañas de vacunación en la eliminación
de una enfermedad. En la década de los cincuenta este virus causaba alrededor
de dos millones de muertes al año. A finales de esa época se decidió poner en
marcha una estrategia global para frenar la enfermedad y en 1966 se decretaron
tres líneas de actuación: mantener un nivel de vacunación por encima del 80%,
aislar los casos detectados para evitar su expansión y rastrear y aislar a los
contactos. Y el plan funcionó.
Las primeras vacunas frente a la viruela creadas por Eduard Jenner fueron
probadas ¡en niños sanos!
En octubre de 1975 se detectó el
último caso de viruela causada por Variola
major, el causante más común de la enfermedad, mientras que la última
infección por Variola minor que se
conoce, ocurrió el 26 de Octubre de 1977. Posteriormente, en 1980, la Organización Mundial de la Salud la declaró enfermedad erradicada, la primera y
única en ostentar este título. En aquel momento se planteó qué hacer con las
muestras almacenadas. Finalmente se optó por guardar solamente dos copias en
todo el mundo, una en la URSS y otra en EEUU con intención de destruirlos a
final de siglo. Sin embargo, llegada la fecha, se decidió posponerlo y actualmente,
el día D aún no ha llegado.
Más de treinta años después y sin
ningún caso nuevo de viruela declarado, el debate sobre qué hacer con estos virus almacenados vuelve a abrirse. Un artículo de opinión publicado
recientemente en la revista Plos pathogens,
ha sacado el tema a la palestra. Los autores argumentan que, aunque se han
mejorado las técnicas de detección y diagnóstico, todavía queda recorrido para
hacerlas más sencillas y baratas y para poder emplearlas en zonas con alto
riesgo de expansión. Además, es necesario continuar la investigación en nuevas
vacunas, ya que las que se aplicaron en los años sesenta presentan efectos
adversos, en algunos casos incluso graves. Por ello, concluyen que aún no ha
llegado el tiempo de destruirlos.
Sin embargo, la publicación de esta
noticia ha hecho que algunos científicos, como estos, se manifiesten en contra de guardar las muestras ya que puede
ser peligroso. Entre sus argumentos destacan el riesgo de que sean usadas como arma biológica. De hecho, durante la
guerra fría se investigó con ellas en busca de una versión más letal de este virus, intentando fusionarlo con el
ébola. Accidentes en el laboratorio (ponen como ejemplo fukushima) o un
“científico loco” (en la carta lo llaman sociópata) o fundamentalista son otros
de los riesgos posibles. La mejor solución para evitar una futura epidemia, indican,
es eliminar los restos almacenados.
Como podéis ver, el tema es
complejo. Vosotros, ¿Qué haríais?
Fuentes:
Deathly companions Dorothy H. Crawford – Oxford Press
Imagen tomada de:
http://lamedicinaenelarte.files.wordpress.com/2013/05/le-docteur-edward-jenner-realisant-le-premier-vaccin-contre-la-variole-en-1796.jpg
¡Qué complicado! Yo, en principio propondría destruirlas pero claro, si luego hacen falta... No sabría cómo posicionarme en este debate, la verdad.
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